24.3.09

A Lorena, con amor.

Lorena se quejaba de una sociedad hostil, tomaba un cóctel de ansiolíticos y relajantes musculares y se dedicaba, en su tiempo libre, a contemplar los trazos de su mano suelta viajando de un lado a otro del papel. Levantando la mirada hacia la calle desde el bar, ¿no estaria recordando para al poco tiempo olvidar y preguntarse, luego, si no era algo fundamental? Ella seguramente diría que no.

"Cuando te drogas consumis. Consumis submarinos con medialunas y cuando se terminan, al vasito de soda o jugo te lo tomás así, de golpe (como el ansiolítico y los relajantes musculares)", escribió, en estilizada caligrafía. Pero al punto y aparte se percató que una señora madura, a tres mesas, la relojeaba. El vejestorio de anteojos imposibles se moría de ganas de invitarla unos tragos, romper el hielo en whiskys, para luego llevarla con falsas promesas a su patagonico hogar y forzarla -bajo la sombra se un puñal- a ver las diapositivas de su último viaje a Cataratas. 

Por suerte, a Lorena el recuerdo de su madrastra, con los nudillos apelotonados de rabia, la obligó a posar su mirada sobre otras flores y preguntarse, otra vez, si valía la pena transitar la vida como dibujante. Tal vez ser encantadora y vivir de un tipo bien, arrimarse a ese amigo de Papá y poner un bar temático...

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