24.3.09

A Lorena, con amor.

Lorena se quejaba de una sociedad hostil, tomaba un cóctel de ansiolíticos y relajantes musculares y se dedicaba, en su tiempo libre, a contemplar los trazos de su mano suelta viajando de un lado a otro del papel. Levantando la mirada hacia la calle desde el bar, ¿no estaria recordando para al poco tiempo olvidar y preguntarse, luego, si no era algo fundamental? Ella seguramente diría que no.

"Cuando te drogas consumis. Consumis submarinos con medialunas y cuando se terminan, al vasito de soda o jugo te lo tomás así, de golpe (como el ansiolítico y los relajantes musculares)", escribió, en estilizada caligrafía. Pero al punto y aparte se percató que una señora madura, a tres mesas, la relojeaba. El vejestorio de anteojos imposibles se moría de ganas de invitarla unos tragos, romper el hielo en whiskys, para luego llevarla con falsas promesas a su patagonico hogar y forzarla -bajo la sombra se un puñal- a ver las diapositivas de su último viaje a Cataratas. 

Por suerte, a Lorena el recuerdo de su madrastra, con los nudillos apelotonados de rabia, la obligó a posar su mirada sobre otras flores y preguntarse, otra vez, si valía la pena transitar la vida como dibujante. Tal vez ser encantadora y vivir de un tipo bien, arrimarse a ese amigo de Papá y poner un bar temático...

El Ciervo

Echada en el suelo, contemplo cómo la cría de un ciervo que atrás de la manada quedó, distraído, escribe en la hojarasca.

Una hembra busca su olor, elevando vapor al invierno celestial, desesperada. El éxodo, dictado por una Naturaleza inmoral, la arremolina en el fluir del río animal que desliza a los más aptos.

¡Tu, madre de uno que sin querer lo pierdes y te alejas, volteando tu cornamenta al horizonte como única esperanza!

Cegada por el atardecer, demasiado lejos ya para sentir el aroma, camina en formación hacia las primaveras que le restan.

En tanto, en el bosque ennegrecido, los sonidos del día y el sol buscan refugio bajo tierra. Denunciado por un pájaro asustado, el cervatillo me descifra; es entonces cuando mis ojos se iluminan, a la zaga de un sórdido disparo.

23.3.09

Ciudad colmena

I

-"Esto es lo que querías, ¿eh?", le pregunta excitado, enrostrandole a Dostomoska.

-"¡Contesta hijo de puta!", le dice, con un hilo de baba espesa que conecta ambas tenazas.

Ante su silencio de pantalón meado, Cátedra Libélula se impacienta. Ha visto a miles de ninfas, atadas al pupitre, como Mosca. Con su sonrisa de aguafiestas navideño, le pega en la cara con Crimen y Castigo hasta que sangra. Lo rodea, en un círculo expectante, e intempestivamente limpia el encuadernado blanco en la parte carnosa de su tórax desnudo.

-"¡Mira lo que me hiciste hacer, sorete, ahora las manchas no se le quitan!", le apostrofa.

Con un movimiento amplio y definitivo tira el libro que, al caer, levanta un tifón de tiza por los cuatro costados. Como en una explosión nuclear, Mosca cierra sus ojos y la respiración se vuelve acartonada.

Pasado el peligro y cansado, Cátedra da vuelta el respaldo de una silla estatal próxima y se sienta. Inclina la cabeza hacia un costado y el sudor brota de su frente en miles de gotitas de tinta china. Se limpia con la manga de su camisa blanca con tiras verticales color “salmón”, típica de...

-"Hago esto porque te quiero", le dice. A la vez que retoma la sesión.

Acerca su mano, muy despacio, pelotudeando un taladro, burlándose. La mecha es una de esas gruesas, de pared (todavía se le ven restos de yeso en la punta desafilada). Y Mosca sigue aquí, atado a la institución, con el techo violeta oscuro que se le viene encima junto con la agujereadota a 2500 rmp. En medio de ruido infernal piensa en Abeja que lo espera en Ciudad Colmena, a diez o no se cuanto miles de kilómetros, caminado de un lado al otro de la habitación, insultándolo, fumando crack de pura angustia, preguntándose por que no la quiere, por que la abandonan otra vez, por que le duele tanto la espalda.

Nada de esto estaría sucediendo de no ser por ella.

II

Un poeta errante que supo apreciar sus contornos, dijo que la ciudad era “un arroyo de luz que desciende por la montaña”...

Hoy, ese resplandor se refleja en el lente de un francotirador apostado en el techo mas elevado de la avenida 4. El Grupo de Operaciones Especiales de Ciudad Colmena, esta listo para romper la maciza puerta de cedro que enmarca la entrada el departamento siete del complejo habitacional Bosta Fresca.

III

-"Si, Mosca. Claro. Por supuesto. Voy a escribir esta conversación y la voy a prender fuego. Adiós, si, mucho fuego." Abeja cuelga, mientras pone a calentar sobre la hornalla un pote depilatorio. Una mano sostiene el teléfono inalámbrico, la otra a la toalla que la envuelve desde el pecho hasta las rodillas. Su pelo largo y lacio todavía esta húmedo y huele a manzanas.

Camina descalza de la cocina al dormitorio y se detiene un momento, atrapada en el espejo. Se mira críticamente poniéndose de costado. Levanta la toalla, se toma la panza y forma rollitos con el excedente de piel. De frente, y luego en transito hacia el otro costado, analiza su cola. Se acerca al espejo para explotarse un barrito y sonríe.

Satisfecha, entra al dormitorio. Hay mucho trabajo por hacer. Hoy es su encuentro con Ninfa, la primera salida. Una cena en un restaurante bien. Habrá langostas y sazillons du merd, torrejas con crema batida y miel quemada. Un espacio de dulzura en medio de la dieta de sopa y ensalada de piedras.

Abre el placard y revuelve entre la ropa. Indecisa tira sobre la cama distintas opciones; un vestido de cocktail negro, una pollera volada escocesa con una blusa metalizada en blanco viejo, pantalones verde puré de manzana, algo eslastizado, un traje espacial con bragueta y tubo recolector de deshechos -con su unidad de respiración autónoma incluida- que le compró a un viejo gitano que se materializó en la plaza Hussay, y un vestido Jackie, bien sesentero, con manchas de sangre reales y pedacitos símil cerebro JFK pegados con mucha paciencia y amor un domingo de mate y torta frita.

Se saca la toalla y pone la ropa sucia en el cesto, para lavar. Vuelve a la cocina. Hecha una mirada al espejo, sin detenerse. Baja el fuego de la cera y la revuelve con un palillo. La consistencia es perfecta, no necesita fijarse si quema; son años. Acerca una banqueta forrada en plástico transparente y posa la pierna. Aplica el producto en generosa franja. Espera a que se enfríe. Tira en sentido contrario del crecimiento, sacando el antiestético vello corporal de piernas, brazos y axilas (cavado, panza, bozo, barba y oídos también).

Toma el frasco de jalea para el cuerpo y la unta con las manos, acariciando en movimientos circulares las zonas afectadas. Sus piernas ahora brillan a la luz de la luna que se filtra en su habitación.

IV

No, amiga, no hay IV.

Pero podríamos hacer entrar a la Policía y que se arme una balacera.
Para compensar.

Porque me parece medio porno la III.

Bueno, entonces: *ruido a teclado* “…entra la policía y se arma una balacera.

Listo.

¿”Demasiado Zen”?

Pero si vos fuiste quien me introdujo a Bill Collins…

Ahora hacete cargo.

No, si, primero me decis que lo mio es “barroco” eso fue lo que dijiste “barroco” y…

Bueno ok. En eso tenes razón.

Entonces dejemos acá, tengo demasiado sueño.

Besito, loca. Y cuidate.


 
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