18.7.06

Carnaval o Febrero en la Ciudad.



Una carroza que simula un ojo gigantesco alimenta la paranoia popular mientras recorre el corsódromo de tu ciudad favorita. Podría ser Corrientes o cualquier otra provincia flanqueada por los ríos Uruguay y Paraná, cauces de aguas enturbiadas por exoesqueletos de vinchuca, cuerpos descartados por la mafia de la triple frontera, palitos de helados al agua, cuellos blancos de curas convertidos al ateísmo, mierda que se resiste, boletos rotos de hipódromo ilegal y un joven yacaré tomando sol sobre un totoral que se mece en el remanso; por arriba, detrás de la isla flotante, una mariposa solitaria va volando y se posa sobre la cabeza del reptil para sorber sus lágrimas. Ella extiende su largo y fino tubo para regocijarse en un lento batir de alas, succionándolo bien. Todo eso se escurre por la mesopotamia, todo eso y cosas innombrables que arrastra lenta pero inexorablemente el sedimento (inconsciente), cosas que desembocan en el gran estuario que agentes de turismo de lapiceras nerviosas venden como "El río más ancho del mundo".


Contingente: En las márgenes del Río de la Plata, al cual los porteños nombramos con asqueada fascinación, nos transcurrimos. La ciudad de proporciones hidrocefálicas es un cabaret con foquitos a media vida, transeúntes desprevenidos y policías relativamente light. Tenemos el mayor índice de psiquiatras por metro cúbico (El sol se acuesta sobre un horizonte cuadrático de edificios de hormigón), los jóvenes intentan cultivar marihuana en sótanos o placards húmedos con resultados casi siempre decepcionantes. El insoportable verano como así también el invasivo invierno, se caracterizan por hacer de la existencia una odisea miserable.

En cuanto a la cuestión laboral, los nativos preferimos la vida asmática de la oficina viciada de tabaco y neurosis. Los Jefes, en peligro de reposición, tienen por norma apropiarse de la jubilación, aguinaldo y aportes al estado. Por la culpa que su accionar delictivo les genera, recurren a los psicólogos y por sugerencia de éstos descargan sus cansados hombros en organizadas fiestas de fin de año con sus empleados engalanados con bonetes y caras pintadas de payaso triste. Payasitos tristones, porque la platita no les alcanza para las sesiones de terapia y se conforman enfrentando a sus monstruosidades con clichés y fragmentos de canciones populares. A veces se ven por la calle chicos light modulando, en absoluto silencio, el mejor mantra del último gurú de la autoayuda.

Pero no todo es torcido en este invernadero de bonsáis; todavía tenemos el amor... O algo aproximado, en todo caso, y los antros estroboscópicos donde éstos se encuentran (las larvas citadinas en celo) tienen ese "no se qué" que los hace irritantemente únicos; un verdadero desfile de chicos plata superados de todo y de ellos mismos, negros villeros platinados (mal), gente sensible alcoholizada bailando arriba de los parlantes, bisexuales escrutando desde una barra mal iluminada, chicas reprimidas que se mueven en manada al grito de "Ji,ji,ji", mariquitas retorciéndose en falso ataque de histeria, lesbianas amargadas revolviendo whiskys aguachentos y transformistas curpulentos sonándose los nudillos antes del show. Todos se miran sus pechos, cintura, piernas y pies y bailan al son de una música especialmente diseñada con tecnología de la era espacial. Los DJ's son semidioses paganos y fugaces, con nombres de guerra tan estúpidos que sería tonto reproducirlos aquí.

Y por una noche a la semana, a veces dos, los porteños nos olvidamos de los Jefes, la vida asmática de la oficina, nuestra condición de indigentes, de la terapia, la policía castigadora, de la extensión inagotable de cemento al costado, arriba y hacia abajo de nuestro sillón de rueditas. Nos sentamos pensativos, al borde del abismo, con la camisa blanca desabotonada y al horizonte le preguntamos con ojos de pez "¿Por qué?" al tiempo que rolamos un marley cortado con amoníaco. Y cada noche antes de irnos a dormir, ya sin respuestas y sin quererlas, domados por la naturaleza, vencidos por el bajón, nos tapamos hasta el cuello con sábanas apretadas y nos convencemos (un fétido aroma inunda la cama) de que el dealer es un ángel de nariz rota y de que el estero del Plata es, a pesar de lo que digan, el río más ancho del mundo.

Base 7-9

"¡Con la espalda siempre apoyada en la pared, para tener control sobre los 180 grados!". Es necesario estar atenta ya que en el gremio, hay un mal peor que la delincuencia, peor que los secuestros. Esta amenaza, de la que apenas me atrevo a hablar, prefiere los ambientes oscuros y los pisos blandos y no se sabe mucho más.

Si alguna vez elijes esta linda profesión, verás a los serenos viejos iniciandote en sus misterios. Oirás sus desdentadas palabras advirtiéndote sobre los peligros que entraña un encuentro casual con el hada de los sueños vigilantes. Y te cagarás de miedo.


Un test rápido, para no dormirse:

¿Es Ud. de esas vigiladoras que con la tonfa...

a) Juega a ser una experta
b) La toquetea incesantemente, como si fuera una extensión de su cuerpo.
c) Se siente identificadisima con la b), pero además cree ser una especie de "minotonfa", mitad humana, mitad polipropileno extruido de alto impacto.
d) Le es una molestia ruidosa (le aviso desde ahora que es torpe)
f) "Nunca usé, ni sé qué es eso, QSL"

Yo vengo a reemplazar a Sandoval, padre de cinco criaturas que sabe Diós por dónde andarán (un volquete pasa en reversa). Una lástima, una verdadera tragedia; sorprendido por la propietaria del 5°, durmiendo en una colchoneta del gimnasio. Él trocó su siesta por la calle y yo tengo que limpiar el enchastre. Chau Sandoval, nos vemos después, en todo caso, yo tengo tu celular.

Y aquí estoy, una gladiadar lanzada al circo vigilante en camisa y pantalón para que le haga frente al hada, a capa y cuchara. En este momento recuerdo los gritos de mi instructor: "¡Todo tipo de elemento arrojado hacia el vigilante debe ser atrapado o desviado por la mano izquierda del mismo, en caso de ser derecho, carajo!".

Para no sucumbir a las bestiales palizas del insomnio empleo todo tipo de aracnimañas. Algunas, milenarias, como el rito del café y la quema de colchones. Otras mas ortodoxas, como la extravagante pero efectiva bofetada en la ingle o aquellas que conforma la amplia constelación de artes dedicadas al enmascaramiento de la hora, tan en boga, esperando así que el tiempo corra, trote o camine. Pero no se arrastre.
 
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